Son las ocho en punto de la mañana en el metro de Pekín.
Tras el apacible paseo de siete minutos que me separa de la estación más
cercana, enfilo escaleras abajo y entro automáticamente en modo combate.
Pasado el trauma primero llegué a la conclusión de que era
preciso idear un sistema para aguantar el trance matutino de la forma menos
dolorosa posible. De modo que cada mañana, después de pasar mi bolso por el obligado
y absurdo scanner de seguridad que
hay a la entrada de todas las estaciones, me enchufo los cascos a todo volumen
y me preparo para el cuerpo a cuerpo
más salvaje que uno pueda imaginar.
Llegar al vagón es en sí una odisea. Pasillos literamente inundados
de gente te obligan a andar a paso lento. Apenas queda espacio físico para
maniobrar. No sin esfuerzo llegas al andén, abarrotado de personal somnoliento.
Allí, varios amaestrados trabajadores vociferan, micrófono en mano, que nos posicionemos
en una u otra fila. Con un poco de suerte, cogeremos el segundo o tercer tren
que pase. En ningun caso el siguiente. Según cifras oficiales, más de 10 millones
de personas utilizan a diario el metro de Pekín.
Metro en hora punta. Fotos: Ana Perez |
El primer día estaba tan abrumada por la marabunta de gente
que me rodeaba que, cuando llegó mi turno para entrar en el vagón –que ya venía
hasta arriba- me quedé paralizada. Caso resuelto. Sin compasión alguna, una
trabajadora del metro me puso las dos manos en la espalda y me pegó tal empujón
que casi me descoyunta el cuello. Metida en el vagón con calzador, ahí si que ya no hay riesgo de caer. Es
comprensible. Por los dos yuanes (apenas 20 céntimos de euro) que cuesta el billete,
sea cual sea el destino último, resulta lógico que la gente utilice a diario y
de forma masiva este medio de trasporte público. Al fin y al cabo, esto es lo
que yo entiendo por un servicio público y
no la milonga europea, donde después de pagar un pastón en impuestos, además
te cobran tres euros y medio por un viaje en metro.
Sin la música a todo trapo concluyes que no todo el mundo se
ducha por las mañanas, que hay quien además no se ducha todos días e incluso
que hay quien aprovecha para meter la mano donde no debe. Por eso he decido
hacer de la necesidad virtud y hasta que no me apañe una bici o un chófer
privado –ambos muy de moda por aquí- me pongo la música a tope y me remango la
camisa para un full contact en toda regla.
Sin ir mas lejos, esta mañana, que iba con prisa, literalmente me he lanzado en
plancha ante la multitud que ya estaba dentro del vagón, segundos antes de que
se cerraran las puertas.
Al salir, he aplicado lo que me dijo un chino nada mas
llegar a Pekín. “Nunca mires hacia atrás. Siempre en línea recta y la vista al
frente”. Dicho y hecho. Enfilo una línea del suelo y de ahí no me muevo, caiga
quien tenga que caer. Es casi como un videojuego. Con la música a todo volumen
y caminando en línea recta con miles de personas a tu alrededor y en distintas
direcciones, te choca todo hijo de vecino. Yo, a pecho acorazado, sigo mi
camino en línea recta mientras unos y otros me van rebotando. Las chinas,
menuditas por lo general, salen despedidas cual marionetas con la fuerza de la
inercia.
Llego a mi destino. Por fin me tomo un café y despierto. Fue
acaso lo anterior solo una pesadilla? Mucho me temo que no.
Si señora, ¡¡esta es nuestra chica!! Que no decaiga, eso es poner pica en Flandes y lo demás son tonterías.
ResponderEliminar¡Un abrazo fuerte Ana!
A estas alturas supongo que ya habrás alcanzado la categoría del cinturón negro y cuando vuelvas por España nuestros viajes en Metro te van a saber a gloria.
ResponderEliminarYa sabes, el Metro de Madrid "vuela" y ni te enteras...
Un beso fuerte
R
Hola, Ana. Tienes Twitter o algún mail al que te pueda escribir un privado? Gracias!
Eliminar@anahongkong
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