Mi amigo Leo es un ser extraño. Apenas habla, apenas
pestañea y duerme con una luz de neon blanca encendida –o no duerme, que es aún
peor-. Al principio me atraía su misterio, pero ahora me planteo dormir yo
también con la luz encencida.
Al fin y al cabo, acabo de llegar a Pekín en tren desde Hong
Kong. Se dice pronto, pero son 24 horas horas de traqueteo sin interrupción, lo
cual, tiene sus momentos de aburrimiento extremo. Cierto es que el paisaje de
sur a norte bien merece la pena, por tanto, lo comido por lo servido.
También es cierto que en 24 horas de viaje es casi obligado
entablar conversación con alguno de los pasajeros. Antes de embarcar, estaba
convencida de que ese viaje en tren iba a ser mi bautizo de sangre con los chinos y su enrevesado idioma. Nada más
lejos de la realidad -ni más cerca del surrealismo-. Pasadas las dos o tres
horas del rigor individual –un poco de música, lectura y noodles instantáneos para cenar-, el personal del vagón empieza a
soltarse. Y ahí es cuando me encuentro hablando con un argentino de Bariloche y
una china que ha vivido en Buenos Aires durante 20 años y que no deja de beber
mate. Y yo preocupada por mejorar mi chino! Por supuesto, nos pasamos todo el
viaje hablando en español y, aunque es algo que ya intuía, constato que nuestra
lengua es una de las mejor valoradas por los chinos, incluso por delante del
francés y del alemán (a cierto nivel, el inglés se da por supuesto).
Entrada a una de las casas del hutong. Foto A.P |
Volviendo a mi amigo Leo, resulta que se trata de un joven
chino de 24 años licenciado en ingeniería con escaso conocimiento de inglés.
Nos presenta el dueño de la casa, quien me pide que le enseñe un poco de
inglés. A cambio, él me enseñará algo de chino. Me parece un trato justo, sin
pasta de por medio, pero bastante razonable.
No sé si Leo es muy tímido, muy tonto o realmente no tiene
ni idea de inglés pero el hecho cierto es que no mueve ni media pestaña ante la
sugerencia. Pasan los días y lo único que compartimos Leo y yo es el baño. Un
baño que afortunadamente, ahora guarda cierta similitud con lo que en occidente
conocemos como un baño. El primer día
que me encaré a este toilet
compartido casi entro en shock. Lo
que los occidentales conocemos como blanco era, sin entrar en más detalles,
todo negro. Negra la ducha, negra la taza, negro el lavabo.
El otro día entré a escondidas en la habitación de Leo. Casi
tan desordenda como la mía. Pero encontré algo fabuloso. Resulta que por las
noches, cuando no estudia inglés, dibuja a la antigua usanza caracteres chinos.
Tiene un tarro de tinta china y un pincel sobre la mesa. Y colgados por las
paredes, en las puertas del armario y esparcidos con delicadeza sobre el suelo,
un sinfín de esas hojas especiales que ellos usan para escribir los caracteres
chinos más precisos y sofisticados que
jamás he visto. Ahora entiendo que, por la mañanas, cuando termina su arte, se
pasa por el baño.
He hablado con Leo sólo un día más. Su mirada no pertenece a
este mundo. Por el día pienso que es un artista, por la noche pienso que es un
psicópata que va a descuartizarme de madrugada.
Hoy he sabido que Leo ya no vive al otro lado del baño.
¡Reconozco que yo no pegaría ojo ante un tipo así! De verdad... ¿no te dan ganas de echar a correr? ¡Lo que hay que hacer para aprender chino de verdad!
ResponderEliminarEstoy segura de que los españoles se lo pondríamos más fácil a los chinos que quieran conocer nuestro idioma... Con tortilla de patata y paella para romper el hielo... Podrías probar esa estrategia en Pekín, a ver…
R
No, no, no, no...
ResponderEliminarNo nos puedes dejar así...
Y Leó?
Dónde está?
No puede haberse ido así, sin mas...
No le habrás descuartizado tú?
Pobre Leo...
Este post exige una segunda parte.
ResponderEliminarQueremos saber dónde está leo!
Real este Leo, pero qué ha sido de él...
ResponderEliminarde verdad no ha descuartizado a alguien...
qué ha pasado dias después???????'