Empiezo a estar un poco harta de que todo el mundo me entienda
cuando hablo en inglés. Eso, por no decir cuando la comunidad hispana se monta
sus habituales fiestas. Con varias copas encima, aquello acaba pareciendo La
Latina un sábado por la noche cualquiera. Hong Kong es un lugar espléndido para
vivir pero muchas veces el verdadero desafío intelectual se encuentra a tan sólo
50 kilómetros al norte.
Esta semana he venido a pasar unos días a la China profunda que tanto le hubiera gustado a Mao mantener per sécula seculórun, en vez del invento capitalista que hoy impera ya en prácticamente todo el país.
Como digo, apenas unos kilómetros al norte de Hong Kong.
Según se acerca uno a la frontera empieza a vislumbar vestigios de un pasado bastante
peor. Alambradas de espino metálico, cámaras ocultas por doquier y polis de
verdad y de paisano donde quiera que uno mire. Siempre he pensado que las
fronteras geográficas son lugares inhóspitos. Las otras me parecen mucho más
interesantes.
Recuerdo hace unos años cuando me tuvieron detenida un par
de horas en una comisaría de policía en un aeropuerto de una ciudad china de
cuyo nombre prefiero no acordarme. Nada grave, en realidad. Simplemente que se
me había caducado el permiso de trabajo. La primera hora fue un suplicio. La
segunda, mucho más entretenida. Descubrí que incluso detrás del rostro
inmutable del oficial chino encargado de fusilarte al amanecer hay un ser un
humano. Digamos que sólo está desempeñando su labor.
La cuestión es que aprender chino entre los chinos me parece
algo de perogrullo, por eso estoy aquí esta semana. Lo de aprender un idioma en
una academia es cosa del pasado (pasado pluscoamperfecto, diría yo) y por eso
ahora toca inmersión.
Llevo aquí tres días y no he visto todavía un alma
occidental. Mire donde mire, chinos. Y muchos, por cierto. Como ninguno habla
inglés ni nada que se le parezca, no me queda más remedio que hablar chino. O
al menos intentarlo. Tengo que reconcer que nunca había sondeando en mí niveles
de frustración tan profundos que cuando intento comunicarme con esta gente. Anoche,
sin ir más lejos, necesitaba una cuchara para la especie de yogurt que conseguí
a duras penas en una tienda de conveniencia. Ni que decir tengo que acabé
sorbiendo el yogurt.
La noche que llegué al hostal fue para mí un shock que casi desemboca en parada
cardiaca. Al verme entrar por la puerta, el pobre chino de la recepción no
sabía dónde meterse. Sin duda pensó: ‘esta tía occidental no tiene ni idea de
chino y yo no tengo ni idea de inglés… ¿Y qué hacemos
ahora?” Cuando me acerqué al mostrador y le chapurreé unas cuantas frases en
mandarín pareció relajarse levemente. Digamos que hemos conseguido llegar a una
entente cordial y ahora somos amigos.
Por pudor no diré el precio de la habitación, pero la
austeridad espartana de este lugar me hace vislumbrar la envergadura de las
penurias que los chinos han soportado durante siglos.
Sin embargo, junto a la parca sobriedad convive el
milagro. Es decir, la conexión gratis a internet. Y no sólo por cable, también Wifi. Entonces, me da por pensar que ya podían
los gobernantes españoles aprender un poco de los chinos. En vez de perder el
tiempo con independentismos decimonónicos, trasnochados y caducos podrían
gobernar en favor de las necesidades reales de los ciudadanos del siglo XXI. En
fin, cosas mías….
Esta mañada he bajado a desayunar y casi sucumbo al paro
cardiaco que a duras penas logré evitar la noche anterior. Euro y medio por un
original buffet. Eso sí, lo único reconocible eran la mantequilla y la mermelada.
Atreverse a comer el resto es un acto de fe. Pero si mucha gente en el mundo
cree sin haber visto, qué hay de malo en comer algo sin tener ni idea de qué se
trata. Sin ir más lejos, esta mañana he probado una especie de virutas de champiñón
que no estaban nada mal, aunque seguramente no hayan visto el champiñón ni en
pintura. Pero sigo viva. De momento.
Tranquila, que lo que comes no puede ser malo. Mil trescientos millones de chinos dan fe de ello. ;-P
ResponderEliminarY sorprende que para ir a la "China profunda" sólo te hayas tenido que desplazar 50 Kilómetros al norte de Hong Kong. ¿Será como cuando vamos a hacer turismo y pensamos que la vida se acaba en el monumento de turno? Si es que hay que ser valientes y cambiar de perspectiva, pues sino siempre estaremos dando vueltas sobre la misma realidad.
¡Y tú eres una valiente! Por eso tus ojos ven otros mundos y tu alma se empapa de ellos.
Espero que sigas compartiendo un trocito de tus descubrimientos, a ver si nos contagiamos de ese afán insaciable por aprender y crecer.
Un beso enorme.
R